Con ser espectaculares, los emplazamientos de los anteriores hoteles no pueden competir con el que goza La Montaña Mágica, un complejo de turismo rural que se aúpa sobre el pico Cuanda, en el concejo de Llanes, dominando a través del desfiladero del río de las Cabras los macizos occidental y central de los Picos, este último presidido por el colosal tocón del Naranjo de Bulnes. El único término de comparación que admite este escenario es el de los paisajes alpinos de Davos descritos por Thomas Mann en La Montaña Mágica, de ahí el nombre del establecimiento y las ediciones en 35 idiomas de la susodicha novela que se exhiben en su biblioteca.
La Montaña Mágica es la obra de Carlos Bueno, un ovetense hiperactivo que en 1992 adquirió una granja en ruinas. Él solito se lo curró todo para poder ofrecer, a día de hoy, 14 habitaciones con chimenea y bañera de hidromasaje, a un precio –desde 48 €– que se nos antoja, como el paisaje, de ficción. Todo ello en dos coquetas casas de color amarillo a las que ciñe un jardín engalanado con flores exóticas, helechos arborescentes de Tasmania y un hórreo del siglo XV en perfecto estado.
La finca, de 50.000 metros cuadrados, abarca una pradería donde pastan un rebaño de ovejas xaldas y una manada de asturcones, caballejos mansos –contrariamente a lo que suele pensarse y pregonarse, de esta raza autóctona– con los que los huéspedes pueden salir a cabalgar hacia el cercano pico del Castillo para otear el mar. A pesar de tener a sólo diez kilómentros las mejores playas de Llanes (Niembro, Torimbia, Barro, Celorio…), Carlos está ultimando los preparativos para construir un spa ecológico, él dice que para atraer a la clientela fuera de la temporada estival, pero la realidad es que no sabe estarse quieto.